sábado, 19 de diciembre de 2009

El Uzud y sus molinos

--

Las cataratas del Uzud en agosto

Es casi mediodía cuando llegamos al valle del Uzud. Buscamos desesperadamente una sombra en donde aparcar pero el objetivo no es fácil. Muchos optan por dejar el vehículo al sol mientras, los menos, optamos por alejarnos de la zona, adentrándonos en el valle hasta conseguir una sombra que, si no completa, al menos alivia. Un camino polvoriento nos comunica con el resto del grupo, en las proximidades de la gran cascada.

En la parte alta de la cascada, las aguas del ued Uzud son desviadas por estrechas acequias y conducidas a pequeños rápidos. Allí, viejos molinos, en el interior de reducidas cabañas, cumplen todavía su noble función de triturar el grano basándose en técnicas antiquísimas.



Una espuerta, suspendida del techo por cuatro cuerdas, con una salida por su parte inferior, vierte el grano sobre un estrecho conducto de madera que, agitado por el roce con la áspera superficie de la muela, va dejando caer el grano poco a poco. La muela, de eje vertical, va expulsando hacia el exterior la harina ya molida gracias a las acanaladuras gravadas helicoidalmente en la piedra giratoria, harina que se va amontonando alrededor del conjunto y que será luego recogida manualmente. Tal vez el sistema sea antiguo y poco eficaz (no más de doce kilos de harina al día) pero su tipismo provoca nostalgia por unos tiempos, ya pasados, nostalgia que quedará gravada en mi memoria... ¡Pequeños y bellos molinos del Uzud, fósiles de una época ya muerta!

domingo, 13 de diciembre de 2009

La cara Norte del Atlas

-


Son las nueve de la mañana (hora marroquí, hora solar) cuando abandonamos Marraquech con dirección Este, para recorrer parte de la cara Norte del Atlas. Pasados unos pocos kilómetros, nos detenemos en una estación de servicio para completar el aprovisionamiento, llenar los tanques de combustible y revisar las presiones de los neumáticos. Luego, por la carretera de Beni Mellal, buena pero con mucho tráfico, llegamos hasta Tamelelt-el-Kdima donde la abandonamos para tomar la que ha de llevarnos hacia Demnate, en pleno Atlas.

Las mujeres de esta ciudad son muy bellas y muy blancas. Y, siempre que pueden, conceden sus favores a los extranjeros, sin que luego se sepa nada de ello... 
León el Africano

Imi N'Ifri: Más allá de Demnate, la carretera se va convirtiendo en una estrecha pista de montaña que serpentea hacia los últimos duares del Atlas. Seguimos esta pista durante unos seis kilómetros hasta que aparcamos en la explanada que antecede a un pequeño e intranscendente restaurante. Al su lado, el impetuoso torrente Mahser cruza la carretera bajo un gran puente natural, que él mismo horadó en la roca caliza, y sobre el que hemos aparcado nuestro vehículo.

Por un sendero zigzaguante descendemos al profundo barranco y, ya a orillas del río, lo seguimos bajo una inmensa bóveda llena de estalactitas que recuerdan las mucarnas de los techos saadíes. El sendero que cruza bajo el puente es difícil de seguir, siendo necesario saltar de roca en roca para evitar el torrente, pero el esfuerzo merece la pena. Bajo esta grandiosa mezquita natural, miles de cuervos negros cruzan el aire en lo que parecen arriesgados ejercicios acrobáticos. En los charcos que se forman delante de pequeñas cuevas, parece que toman baños nocturnos las mujeres de pueblos cercanos en busca de un poco de baraca.

El retorno, por el empinado sendero que sube hasta el puente, nos hace sudar lo indecible, pero nuestro camino ha de continuar por estas carreteras llenas de niños, como todas las marroquíes, hasta el siguiente destino.