martes, 30 de abril de 2013

Casablanca y Skhirat

 
Mezquita Hassan II
 
Casablanca.- La ciudad de Casablanca no tiene nada que especial. Su diseño urbanístico es moderno y la historia de la mayor parte de sus casas no va más allá de comienzos de siglo. Las calles son amplias y sus nombres, a diferencia de otras ciudades marroquíes, están rotulados casi exclusivamente en árabe.
 
Un breve circuito, en coche, nos lleva por la plaza de Mohamed V, la plaza de las Naciones Unidas, la Mahatma del Pachá, el palacio real y nos devuelve al bulevar Mohamed V. Allí nos detenemos brevemente para recordar el bar de Richie. "Tócala otra vez, Sam", "Siempre nos quedará París", "Sólo soy un pobre oficial corrupto"... Uno se imagina una ciudad exótica y divertida, lo que está en las antípodas de la realidad.
 
Casablanca es, eso sí, la capital económica de Marruecos. Una ciudad donde vive el quince por ciento de la población marroquí, que consume el treinta por ciento de la energía eléctrica, tiene un treinta y cinco por ciento de los abonos telefónicos, paga más del cincuenta por ciento del total del impuesto de sociedades, es sede del sesenta por ciento de las empresas industriales y sede del cien por cien de los bancos. ¡Casi nada!
 
Skhirat.- Aunque Casablanca y Rabat están unidas por autopista, nosotros preferimos tomar una carretera secundaria que, bordeando la costa, nos permite observar el rosario de playas de las que hoy, con mucho viento, están ausentes los bañistas.
 
A mitad de recorrido, unas señales con escudos reales nos informan de que estamos ante el palacio real de Skhirat. En 1971, en este palacio, tuvo lugar un sangriento atentado contra Hassan II del que, casi milagrosamente, salió indemne. Unos altos muros dificultan la visión del interior, mientras que los numerosos policías de guardia nos impiden detenernos para fotografiarlo. Sin embargo, no creo que Asan ocupe ahora este palacio. Sin duda, le traerá malos recuerdos.
Es mediodía. A lo lejos, más allá de la playa, se distingue ya la alcazaba de los Udayas. Rabat está ahí mismo.
 
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A la muerte de Mohamet V en 1961, Hassan II heredó un trono bastante incómodo. “Cuando subí al trono, se decía que no duraría más de seis meses”, confesó en 1986 a nuestro rey Juan Carlos. Y es que, en los diez primeros años de reinado, tuvo, al menos, cinco intentos de magnicidio. Y no acabaron ahí los intentos.

El 10 de julio de 1971, celebraba el rey su cuadragésimo segundo cumpleaños cuando este bello palacio de Skhirat fue atacado por unos 1450 cadetes de la escuela de suboficiales. El ataque causó casi un centenar de muertos, entre invitados y sirvientes del palacio, pero entre los muertos no estuvo el Rey que se había escondido en uno de los cuartos de baño interiores y no fue localizado. Cercados los golpistas por tropas leales al rey, los sublevados hubieron de rendirse. Diez fueron ejecutados de forma sumaria mientras que otros setenta y cuatro sufrieron pena de prisión.
 
Un año más tarde, el 16 de Agosto de 1972, varios cazas del ejército del aire marroquí dispararon contra su soberano cuando éste regresaba de un viaje a Francia. El avión real fue alcanzado, pero el monarca, demostrando una gran sangre fría, tomó la radio de abordo y, con voz fingida, habló a los pilotos de los cazas diciéndoles: “¡El tirano ha muerto, el tirano ha muerto!” Los magnicidas, creyendo completada su misión, no repitieron los disparos. Asan se salvó nuevamente.
 
Todavía se produjo un nuevo intento de derribar a la monarquía alauita en el mes de Marzo del año siguiente cuando rebeldes procedentes de Argelia, entraron en Marruecos creyendo que el pueblo se iba a sumar a su alzamiento. Tremendo error. Para entonces el pueblo ya estaba convencido de la baraka del Rey.
 
Pero a la baraka real se sumó un gran prestigio interno cuando fue capaz de movilizar a más de 350.000 marroquíes, en una marcha espectacular, en reivindicación del Sahara español. El éxito de la marcha verde, facilitado por la mortal enfermedad de Franco, cambiaría definitivamente la imagen de la monarquía jerifiana.

lunes, 29 de abril de 2013

Lío en Casablanca


Mezquita Hassan II en Casablanca
 
 Cuando aun estamos a un centenar de metros del enorme complejo, nos detenemos un momento para tomar la correspondiente foto. No hay tráfico a estas horas de la mañana, pero, llevados por un ánimo de no molestar, subimos nuestro vehículo a la solitaria acera sobre la que no se divisa ni un solo peatón en lo que alcanza a verse. Hacemos nuestra foto mientras que, a cierta distancia, somos observados por dos policías con pinta de aburridos. Unos negros nubarrones comienzan a soltar las primeras gotas de agua y nosotros reemprendemos la marcha. 

 Pocos metros más adelante, con gesto amable e inequívoco, los policías nos indican que paremos. 

 “Pasaporte, por favor …”, y le entregamos el pasaporte. “Permiso de circulación…”, y le entregamos el permiso de circulación. “Permiso de conducir…”, y se lo entregamos también. “Carta verde …”, se la damos, y nos miramos preocupados. Entonces, el policía más joven, con cara seria, nos aclara: 
- Infracción. Aquí no pueden parar en acera … Acera sólo para personas…
- Sí, lo siento, fue solamente un momento…, lo que tardé un hacer la foto … No quería molestar y … - Contesto con cara suplicante.
- Ya. Pero …, infracción. Tendré que llevarme la documentación.
Entendí lo que pretendían. Por un momento pensé en cómo actuar y decidí mostrarme intransigente. La lluvia iba en aumento. 
-¿Cómo? Imposible. No pienso irme sin mi documentación. Tendrán que llevarme a la comisaría o…, o montaré un gran escándalo … 
-¡Uf, comisaría…! ¡Allí 500 dirham de multa …! – dice muy despacio el más geta de los dos, intentando asustarme. Pero me tranquiliza. Ahora estaba seguro de lo que quería.
- Bueno, ¡qué sea lo que Dios quiera! ¡Inch Alá! que dicen Uds. Si quieren pueden subir y vamos a la comisaría… - Digo, dirigiéndome al policía que permanece en segundo plano, intentando mostrarme seguro y tranquilo. La lluvia es ahora más fuerte.
 
Los dos agentes se miran un momento, con mirada inquisitiva, me parece a mi. Y me doy cuenta de que no están muy de acuerdo entre ellos pues, mientras uno actúa con decisión, el segundo parece un tanto temeroso. Bajo la lluvia, empapados, se dicen algo en árabe, y , luego, el duro insiste:

- ¡500 dirhams, eh! ¡Mucho dinero…!
- Sí. Demasiado para tan pequeña infracción… claro que yo no conozco bien las leyes marroquíes… - Les digo, dirigiéndome al más indeciso, con cara de arrepentimiento y humildad. Pero, como siempre, es el más duro el que me contesta:
- ¡500 dirhams…! Tal vez podríamos arreglarlo…
- Ya me gustaría, ya. De todos modos no tengo nada de dinero…, estaba esperando llegar a Casablanca para ir a un banco… Espero que en la comisaría acepten VISA porque, de lo contrario, vamos a tener que dormir allí…
 
Cuando, poniendo cara de asustado y señalando a los niños, termino la frase, me doy cuenta de que no voy a salir mal librado. Su seguridad del principio era ya nerviosismo cuando el más prudente de los agentes toma al otro por un brazo y lo lleva detrás de la autocaravana, fuera de mi vista. A los cinco segundos estaban de vuelta. Me devuelven los documentos y, con un seco siga me despiden. Les doy las gracias, por si acaso, y respiro. ¡Qué cabrones…! exclamo luego, nervioso como un flan. Y, mientras Fernando me pregunta sobre la causa del exabrupto, yo pienso que no soy tan mal actor, ¡creo que ni me notaron el miedo que tenía…!

Camino de Casablanca


El Um er Rabia a su paso por Azemmur
 Azemmur.- En la desembocadura del Um er Rabia (cuya traducción es madre de la primavera) se levanta esta agradable ciudad de origen ¡cómo nó! portugués. Asomados al puente que cruza el río se tiene una vista majestuosa de las murallas que parecen perderse en el mar y de las numerosas embarcaciones de pescadores que, reflejándose en las tranquilas aguas del rio, forman una imagen de postal. No paramos mucho en Azemmur. Es aún media mañana cuando tomamos camino hacia el Marruecos más desarrollado y europeo, ese Marruecos cuya capital es Casablanca.
 
Desde Azemmur, una carretera sin demasiado tráfico bordea la costa y nos acerca a la vieja ciudad/estado de Anfa.


De Anfa a Dar el Beida.- La ciudad de Anfa, de origen bereber, se enfrentó con éxito a la colonización islámica, resistiendo y manteniendo su independencia hasta la llegada de los almorávides en el siglo XI. Su resistencia le costó ser tomada a sangre y fuego. Una vez reconstruida, en tiempo de los meriníes, su puerto desarrolló una gran actividad comercial negociando con cereales y cueros. Un siglo más tarde, de nuevo independiente, se dedica al lucrativo negocio corsario llegando sus navíos hasta Lisboa. Pero la venganza de los portugueses no se hizo esperar y la ciudad fue destruida de nuevo en 1468. Hoy, Anfa no es más que el barrio moderno y financiero de la populosa Casablanca.

En 1468, los portugueses entraron en Anfa con tal ímpetu que en un día la robaron y saquearon totalmente, quemando las casas y demoliendo en diversos puntos las murallas. Anfa ha permanecido hasta el momento deshabitada. Cuando fui allí, no pude contener mis lágrimas, porque la mayor parte de las casas, tiendas y templos todavía estaban en pié y sus ruinas ofrecían a la vista un espectáculo verdaderamente digno de compasión. 
                                   León el Africano, Descripción de África
 
Pasado Anfa, la moderna mezquita de Hassan II eleva su cuadrado minarete hacia un cielo gris que amenaza lluvia. Con su gran tamaño, con su gran alminar de casi 200 metros de alto y con su coste de cincuenta mil millones de pesetas, la mezquita de Asan es todo un símbolo de un Marruecos moderno y próspero. Pero esta gran mezquita, tal vez sólo es grande en cuanto a dimensiones, porque méritos artísticos no parece albergarlos en demasía.