martes, 15 de septiembre de 2009

Las dunas y los camellos

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De pronto, en el lejano horizonte, aparecieron las enormes montañas de arena, las grandes dunas de Merzuga, el Erg Chebbi de los mapas. Delante de ellas, una pequeña construcción de forma cúbica nos recuerda la pequeña y calurosa venta que dejamos atrás. Sobre la arena dorada, acompañados por flacos camelleros vestidos de azul, descansan media docena de camellos (en realidad, tienen una sola joroba, por lo que debería llamarlos dromedarios, pero ¿cómo llamar a su cuidador, dromedariero?), camellos, digo, que parecen estar esperándonos.
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Aparcamos nuestros cacharros y, antes de que llegue el ocaso, "transbordamos" a aquellos viejos dueños del desierto para que, a sus lomos, nos paseen por las suaves colinas del gran erg.
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Montarse en un camello no es cosa fácil. En principio, el animal nos recibe agachado, apoyado sobre sus patas dobladas, lo que permite ocupar la montura de forma más o menos cómoda. Pero luego, cuando el animal trata de ponerse en pie, la cosa se complica. En un primer tiempo, el camello levanta su parte anterior hasta apoyarse en sus rodillas delanteras: la cosa se pone cuesta arriba. Viene luego un segundo tiempo, más difícil, en que el animal, levantando sus cuartos traseros de repente, estira completamente sus largas piernas: ahora la cosa va de toboganes. Finalmente, en el tercer tiempo, se alcanza la horizontalidad al adoptar la definitiva posición de paseo. El alivio es inmediato, hasta que se mira y se ve cuán abajo queda el suelo...
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La forma de montar a camello descrita es correcta cuando las cosas marchan bien. Pero nadie como Fernando sabe que los camellos no siempre son de fiar, a veces se encabritan y lanzan mordiscos a diestro y siniestro y, si consigues evitar su enorme dentellada, puede que no seas capaz de evitar el choque violento de su dura cabeza contra la tuya, pero estamos en un viaje de placer...
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La caminata por las dunas resulta agradable, aun cuando los camellos andan con un ritmo especial. Cuando es cuesta arriba, todo marcha bien, pero en las bajadas pronunciadas, sobre suelo de blandas arenas, la cosa cambia algo y el miedo se libera. Por demás, la puesta de sol vista desde la gran duna de Merzuga (300 metros de alto) tiene mucho de belleza y más de romántica espera. Hacia el Sur, cincuenta jornadas nos separan de Tomboctú...

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