sábado, 5 de septiembre de 2009

Tetuán, una ciudad andalusí

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Una carretera de reciente construcción circunvala Tetuán por el sur-este haciendo innecesaria la entrada en la vieja ciudad hispano musulmana. Esta ciudad, fundada en el año 1307 por los meriníes, se convirtió pronto en un activo foco de piratas, por lo que, un siglo más tarde, fue totalmente destruida por una escuadra enviada por Enrique III de Castilla: la mitad de la población fue muerta y la otra mitad traída prisionera a Castilla.

No se recontruiría Tetuán hasta que, después de 1492, los moros vencidos en España se instalan en sus ruinas y la recontruyen y convierten en ciudad próspera. Tetuán, capital del protectorado español en Marruecos (1913 a 1956) tiene en sus activos zocos los pricipales puntos de interés turístico.
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La carretera P28, con firme aceptable y bastante tráfico, continua hacia el sur siguiendo el cauce del ued Hajera para, tras 59 kilómetros, alcanzar la zona montañosa de en la que se asienta Chefchauen.

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En Tetuán, encontramos donde alojarnos: una casita cercana a un huerto en el barrio Jabaj. Una sóla habitación. Los WC están en el exterior. Mi madre se puso a vender verduras y frutas. Esto lo hacía en los Tranqat. Mi padre vivía su desempleo en compañía de los inválidos y los viejos combatientes de la guerra contra España. Se encontraban todos en la plaza circular de el-Faddan.

Mi padre me encontró un trabajo en un café popular. Dijo al patrón, un mutilado:

- Éste es mi hijo. Te lo confío. Protégelo. Mataré a cualquiera de esos borrachos y drogadictos si intentan tocarlo. Tú me conoces. Los rifeños no conocemos la paciencia.
- Puedes estar tranquilo, Si Haddu. Nadie se le acercará.

Trabajaba desde las sies de la mañana hasta cerca de medianoche. A finales de mes, mi padre visitaba al dueño del café. Se instalaba en la terraza, tomaba té y percibía las treinta pesetas correspondientes a mi salario. El patrón me llamaba y me pedía que besase la mano de mi padre, que me decía:

- Acabo de guardarme el salario de tu trabajo. ¡Qué Dios te bendiga!

No me daba un céntimo. A continuación se ausentaba durante algunos días y volvía totalmente borracho. Yo oía a mi madre protestar. Las palabras "orgía" y "puta" eran pronunciadas con frecuencia.

Así que mi padre nos explotaba. El dueño del café me explotaba también, pues he sabido que había otros muchachos mejor pagados que yo. Había decidido robar a todo aquel que me explotase, incluso si era mi padre o mi madre. Consideré legítimo el robo en tierra de puercos...



Mohammed Chucry, El pan desnudo

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