domingo, 6 de septiembre de 2009

La ciudad imperial de Meknes

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Nada más llegar a Mequínez aceptamos una oferta y tomamos como guía a uno de los muchos que pululan por todas las ciudades marroquíes (quince dirhams es lo pactado). Dado que aun es la hora de la comida, nos dedicamos a recorrer los muchos kilómetros de murallas con sus numerosas puertas, mandadas construir por Muley Ismail, esperando la apertura de los principales monumentos.

Nos detenemos en la Bab Berdain, en la Bab el-Jemis y, como no, en la más bella de las puertas de mequínez, en Bab el Mansur. Visitamos el estanque del Agdal, inmensa reserva de agua para usos de recreo y para caso de sitio, fotografiamos el palacio real, del que se conserva muy poco, y luego, en un típico café moro, nos tomamos un té con menta.

Comenzamos las visitas de pago por la prisión de los cristianos. Son éstos unos enormes subterráneos donde se recogían por la noche los prisioneros que retornaban, por túneles construidos al efecto, de las distintas obras en que trabajaban durante el día. La visita sirve únicamente para ilustrarnos sobre las penosas condiciones de vida de aquellos que tenían la desgracia de caer bajo el poder omnímodo de un sultán tan sanguinario como fue Muley Ismail.

Los graneros y caballerizas muestran igualmente la megalomanía de este sultán loco. Según se dice, aquí podían estabularse hasta doce mil caballos, mientras que, en los graneros cabría grano suficiente para mantener a la población de la ciudad durante un sitio de hasta tres meses. Unos y otros, hoy no son más que desgastadas ruinas que recuerdan grandezas pasadas.

El mausoleo de Mulay Ismail tiene el interés de ser uno de los dos que se pueden visitar en Marruecos (el otro es el de Mohamed V, en Rabat). Pasados los patios que anteceden a la zona sagrada, hemos de descalzarnos para, sobre artísticas alfombras, llegar hasta la cámara funeraria. Mosaicos y estucos bellamente trabajados recubren las paredes y, una pequeña cúpula, con muqarnas, cubre la antecámara del sepulcro. Quizá resulte inapropiado decirlo, pero, uno no siente ninguna piedad ante el sepulcro de un sultán tan sanguinario y cruel como fue este megalómano destructor de ciudades y palacios llamado Muley Ismail.

Despedimos a nuestro guía, al que gratificamos con diez dirhams más de lo acordado, y tomamos la carretera que, tras sesenta kilómetros, ha de dejarnos en Fez. El sol quiere ya esconderse tras la gran llanura cerealera y la noche llegará antes de que nosotros pisemos la vieja capital idrisí.

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