martes, 15 de septiembre de 2009

Las dunas de Merzuga

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Emprendemos viaje hacia Merzuga en medio de un vendaval que nos azota de forma inmisericorde. La hammada, zona llana de desierto recubierta de piedras, se extiende ante nosotros limitada sólo por las grandes nubes de polvo que, ahora lejanas, cruzan impetuosas de Oeste a Este.
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En nuestro camino, no seguimos una pista definida sino las roderas de otros vehículos que nos han precedido y que nos acompañan paralelas, o bien, se cruzan y entrecruzan una y otra vez.
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Cuando roderas repetidas han ido formando un camino más marcado, éste debe abandonarse frecuentemente para evitar las pequeñas ondulaciones del suelo que transmiten a los vehículos violentas vibraciones. Estas vibraciones pueden eliminarse circulando a una velocidad en que las frecuencias de oscilación de los vehículo no entren en resonancia con las generadas por la pista, pero eso queda, a menudo, fuera de las posibilidades de las autocaravanas y se reserva para los "Carlos Sainz y cía".
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Si se circula por terreno virgen, entonces la piedras, que no han sido apartadas por otros coches y que tienen el tamaño de puños, saltan y amenazan la integridad de "bajos" y neumáticos. La solución a los problemas anteriores pasa por engranar la primera o segunda velocidad y viajar a paso de camello.
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De vez en cuando hemos de atravesar el cauce seco de algún pequeño ued que el viento ha recubierto de arena. Entonces las dificultades aumentan pues las autocaravanas se deslizan o patinan quedando, a veces, bloqueadas. Al coger impulso para conseguir pasar, los vehículos caracolean de forma llamativa sin que la cosa llegue a mayores salvo cuando una traicionera piedra o roca, oculta bajo la arena, aparece debajo de una rueda. Entonces la autocaravana, brincando por los aires, parece desencajarse y todos los utensilios se desparraman por el suelo.

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