domingo, 31 de julio de 2011

Essauira, la vieja Mogador


Redes en el puerto de Essauira. Foto José Cerdeira

Puerto y Murallas.- Bordeando la puerta de la Marina, recorremos el puerto, donde, al lago de pequeños barcos de pesca se amontonan redes de cariados olores, entre los que predomina el azul. Al otro lado de la puerta, sobre una amplia plaza que mira a una pared aislada, las gentes de Essauira se reúnen en los días de fiesta para orar juntos: es la gema, la gran mezquita abierta, un lugar sagrado prohibido a los no musulmanes. Cuando la oración termina, las gentes de Essauira se alejan de la plaza formando regueros humanos, llenos de color, que se introducen raudos en las estrechas callejuelas de la medina portuguesa.

Siguiendo las murallas que dan al mar, se llega a la Scala, un amplio paseo a lo largo de la muralla sobre la que descansan alineados cañones fundidos en Sevilla y en Barcelona. Al final del paseo, el bastión del Norte permite una excelente panorámica sobre la costa y sobre la propia medina.

La Medina.- Estamos, no cabe duda, ante una ciudad europea. Las puertas de las casas y sus ventanas pintadas de azul así lo denotan. Pero la vida que invade estas calles es puramente marroquí. Los niños lo llenan todo, los colores vivos son una constante y los zocos y pequeños talleres, especialmente de marquetería, nos recuerdan otras medinas más conocidas. Solo las pequeñas terrazas, sobre cuyas mesas numerosos europeos toman su café, parecen mantenerse como recuerdo de la época en que nuestros hermanos portugueses ocupaban la ciudad. El callejear por Essauira es un auténtico placer al que, ciertamente, contribuye de forma notable la menor presión que los vendedores ejercen sobre los turistas.

Al regreso, frente a la playa, observamos la abandonada isla de Mogador. No es posible visitarla sin un permiso especial, pero parece que allí anidan numerosas aves que, como los europeos, aprovechan para invernar en este zona de clima suave y sol abundante.

Celebración de la oración comunitaria el día del Aid el Kebir en una plaza pública de Essauira. Ese día, en que se conmemora la disposición de Abrahan a sacrificar a su hijo Isaac, todos los mahometanos celebran su fiesta grande matando un cordero, según un rito preciso, y reuniéndose en torno a la mesa con sus allegados y amigos.

Dejamos Essauira con pena. Es una ciudad para permanecer, no para salir corriendo, y su amplia y bella playa nos hacen añorar un tiempo del que no disponemos para poder disfrutarla.

sábado, 16 de julio de 2011

Camino de Essauira

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A unos dos kilómetros de Essauira, una pista arenosa lleva a la aldea de Diabat y, más allá, a la dunas del cabo Sim. Fue este un lugar muy frecuentado por los hippies de finales de los sesenta a donde llegaron personajes del mundo de la música como Jimmie Hendrix y otros muchos. Por otra parte, dicen las malas guías turísticas que aquí se ruedan muchas de las escenas de las películas que tienen como escenario el profundo y alejado desierto. Nosotros intentamos acercarnos pero lo arenoso de la pista nos hace temer lo peor y decidimos abandonar el intento.

Un par de kilómetros más adelante, cuando la carretera cruza un pequeño otero, aparece ante nosotros una bella vista de la ciudad de Essauira estirada a lo largo de su playa de fina arena dorada.

El camping, como todos los marroquíes, sin muchas comodidades pero aceptable, está situado en primera línea de playa, muy próximo al puerto. Allí dejamos nuestro vehículo y nos disponemos a recorrer la ciudad.

Las islas purpurinas.- Esta vieja ciudad, con dos milenios de vida, fue famosa en la época romana por la producción de púrpura, un colorante extraído de un molusco llamado múrice. Mil años más tarde, la ciudad tomó el nombre de un santón bereber llamado Mogdul, de donde derivó el de Mogador con el que fue conocida durante mucho tiempo.

Los portugueses, deseosos de proteger sus rutas africanas, se apoderaron de la ciudad, la fortificaron, y reconvirtieron su actividad al cultivo de la caña de azúcar. Fueron años dulces para la ciudad de Mogador, años en que alcanzó gran riqueza e importancia. Expulsados los portugueses, el sultán Mohamed Ben Abdalá hizo construir una importante base naval lo que enriqueció aun más la ciudad. Sólo con la llegada de los franceses y su apoyo a los puertos de Casablanca y Agadir, hicieron entrar en un cierta decadencia a esta ciudad bimilenaria.