martes, 8 de septiembre de 2009

El alto Atlas

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De repente, como por sorpresa, la carretera comienza una suave ascensión hacia el Tizi n'Firest y el paisaje se vuelve más duro y descarnado. El Ziz, ahora por nuestra izquierda, luego por nuestra derecha, avanza calmoso, muchos metros más abajo, haciendo meandros en un espacio ganado, en dura pugna, al Alto Atlas. En la garganta excavada por el río, se perciben los potentes estratos que, como costillas, parecen sostener todo el entarimado geológico de la montaña. La belleza salvaje de este terreno inhóspito conforma una estampa memorable.

El "TT" de los guías traza una suave curva ascendente, tras la cual puede observarse un gran trozo de carretera. Aprovechamos para echar un vistazo hacia atrás y comprobamos que parte de la comitiva no viene. Se detienen los guías, nos detenemos los demás, y miramos... Javier, el "farolillo del grupo", lleva una emisora con la que no hay contacto, seguramente a causa de lo montañoso de la zona. Esperamos. Es el momento de observar y disfrutar con detenimiento del paisaje e imaginar lo que sería con una iluminación adecuada en vez de la proporcionada por este sol que cae vertical y aplana y difumina todos los contornos (¡eterno lamento de fotógrafo...!)

Cuando los guías optaban por re-andar lo andado para comprobar qué había ocurrido, los vehículos rezagados aparecen en lontananza, raudos, como queriendo recuperar el tiempo perdido. No, no había sido la pedrada de un muchacho airado sino el más vulgar pinchazo que siempre aparece en momentos inoportunos.

Seguimos luego, nuestro camino, por este lugar a donde la civilización no parece haber llegado. Quizá por eso nos sorprende el encontrarnos con un pequeño túnel, oscuro e inesperado. Túnel del Legionario se lee en el cartel, y dicen que a su lado, otro cartel ya desaparecido aclaraba: Lo hicimos porque se nos ordenó pasar y la montaña se interponía en nuestro camino...


En la bajada, las curvas de la carretera son algo más pronunciadas, aunque permiten mantener una conducción cómoda y, hasta cierto punto, relajada. La profunda garganta del Ziz sigue acompañándonos a nuestra izquierda y, cuando, acostumbrados a aquel paisaje espectacular, nos relajamos un tanto, aparece ante nosotros la mancha de color azul verdoso del embalse de Hassan Addakhil que nos produce una viva sorpresa y cuyas aguas cristalinas son como una nota de color en medio de un paisaje desolado, lunar.

Al final del trayecto está la joven ciudad de Er-Rachidia. Es casi mediodía y el termómetro alcanza los 43 grados centígrados, pero ésto no es todo porque nuestro frigorífico, cuyo gas no condensa más allá de los 35 grados, hace ya tiempo que dejó de funcionar.

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