martes, 8 de septiembre de 2009

Er Rachidia, la puerta del Tafilalt

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Aunque Er Rachidia no tiene en sí misma un interés turístico significativo, su localización en un cruce de caminos entre las vías que desde el Norte conducen al Tafilalt, y más allá, al Africa central, y la vía que, proveniente de Uarzazat y la costa, se dirige hacia Figuig y Argelia, hacen de ella un lugar de paso inevitable.

Esta ciudad, de construcción reciente y nombre adoptado en 1979 en memoria de Mulay Er Rashid, sucesor de Muley Alí Sherif, el instaurador de la actual dinastía aluita o cherifiana, tiene un trazado geométrico con calles anchas y casas impersonales. El tráfico es fluido y el aparcar nuestros vehículos en plena ciudad no es difícil, aunque el hallar una ansiada sombra resulte imposible.

Con una temperatura ambiente que sobrepasa de largo los cuarenta grados, el encontrar un local con aire acondicionado sonaría a bendición divina. Pero la baraka es algo que sólo poseen los elegidos, es decir, los shorfa o descendientes del profeta y, Hassan aparte, no hay por aquí nadie con tal ancestro. Así pues, hemos de mal comer en un local en el cual hasta las moscas llevan abanico. Claro que, el hablar de comida debe reservarse para restaurantes de varios tenedores, y éste que nos ocupa sólo tiene un tenedor y aun éste, tal vez, sólo de postre. Damos, pues, por concluido el asunto y salimos a la calle en busca de una brisa que no llega.

A esta hora deberíamos continuar nuestro viaje hacia el Tafilalt si no fuera porque uno de los niños del grupo está con fiebre. Aunque se le administran antipiréticos, finalmente sus padres, con buen criterio, deciden llevarlo al médico antes de emprender el viaje. Parece que el doctor les atiende eficazmente y el niño, que tenía anginas, no tarda en recuperarse del todo.

Arreglado el asunto clave, tal vez deberíamos tomar ahora la carretera hacia Erfud, pero una amenazadora tormenta, de viento y arena, que no de agua, nos aconseja lo contrario. Pasado un tiempo de espera consideramos que ya es demasiado tarde para salir y decidimos dormir aquí.

Entre un nuevo repunte de la tormenta, envueltos en una nube de polvo, conducimos hasta un viejo camping abandonado donde pensamos acampar. El Sol se divisa ya débil y amarillo tras la polvareda y planea, para dentro de unos minutos, esconderse detrás del cementerio próximo. "No es mal sitio para acampar", pensamos, pero el morenito lo estropeó todo.

El negro. Dicen que los marroquíes son un tanto pesados y, aunque desees defenderlos, a veces no te dan oportunidad. Claro que las generalizaciones son injustas y, por otra parte, todos nos volvemos pesados cuando nuestros estómagos están vacíos y protestones. Así que, esto de los estómagos vacíos, desgraciadamente muy abundantes en Marruecos, justifica en parte su injusta fama...

El caso es que el negro era pesado. Quizá por lo del estómago, seguro, pero era pesado. Su intención era quedarse de vigilante toda la noche a cambio de una pequeña propina, pero claro, quien más quien menos, se sentía más seguro solo que dudosamente acompañado. Así que, el buen hombre decidió visitar una a una todas las autocaravanas. En una no le daban nada, ante lo que insistía e insistía... En otra, por ver si se iba, le daban alguna cosa... pero, entonces, la insistencia era doble. En la tercera tenían dudas... y mientras tanto el muchacho insistía. Pasaban las horas y el negro seguía. Ahora recibía un grito en una, ahora le daban con la puerta en las narices en otra, en ésta no le hacían caso, en la otra... Y el moreno insistía e insistía. ¿Dormir? imposible, todos vigilando: que viene hacia aquí... No, no; se para en la de los "franceses"... De vez en cuando se tomaba un descanso y aprovechaba para hurgar en la basura, luego se levantaba y se asomaba aquí, se iba allá, volvía... y todos sin dormir.

Por la mañana todo el mundo se preguntaba: "¿y el negro?" "¿qué fue del negro?" Pero el negro ya no estaba...

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