viernes, 4 de septiembre de 2009

Las grandes dinastías marroquíes

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El estado marroquí nace como tal con la conquista árabe del territorio magrebí hacia el año 700 d.C. Los califas de Damasco, y luego de Bagdag, ejercen su dominio sobre estas tierras a través de gobernadores crueles e injustos, lo que provoca un sentimiento nacional bereber y antiárabe. Este sentimiento conduce a la fundación, por Idris I, de un pequeño principado independiente en torno a la ciudad de Fez, principado que su hijo Idris II extiende a todo el Norte de Marruecos: sería el primer intento de unificación marroquí.

Los almorávides (1062-1147). Una cierta relajación religiosa provoca la revuelta de los almorávides, unos guerreros de la fé con espíritu renovado después de la permanencia de sus líderes en un monasterio islámico (de ribat, monasterio, deriva morabitum, gente monástica, y de aquí almorabitum o almorávide). Los almorávides, mandados por Yussef ben-Tachfin, fundan una capital en el Sur, Marraquech, y, en muy pocos años, llegan hasta España donde unifican y refuerzan la posición musulmana frente al esfuerzo de la reconquista cristiana. Pero el contacto con la superior cultura andalusí debilita rápidamente las rígidas costumbres de los almorávides provocando una nueva revuelta religiosa encaminada a restaurar las rígidas costumbres anteriores.

Los almohades (1147-1269). Las predicaciones de Ibn Turment y la acción militar de Abd el-Mumen conducen a la toma del poder de unos nuevos reformadores religiosos, llamados los unitarios o almohades que, provenientes del Atlas, conquistan todo el Magreb y llevan su yihad hasta Castilla. Con Yacub el-Mansur alcanzan los almohades su momento culminante, y no sólo desde el punto de vista militar, sino también, desde el cultural. Es el momento de las grandes torres almohades: la Kutubia en Marraquech, la Giralda en Sevilla y la torre Hassan en Rabat.

Pero los almohades tampoco resisten el contacto con la cultura andalusí, que les convierte en más amantes de las artes que de la guerra. Su derrota en la batalla de Las Navas de Tolosa, marca el comienzo de su fin.

Los Beni Merines (1269-1465). La dinastía de los meriníes marca la decadencia paulatina del poder militar magrebí, decadencia que los portugueses ratifican con la toma de Ceuta, lo que les permite poner por primera vez su pie en Africa. La disminución del esfuerzo militar se compensa con grandes fastos y con el apoyo a unas artes refinadas. Es la época de los grandes historiadores como Ibn Khaldun y de los grandes viajeros como Ibn Batuta. La decadencia militar y de las costumbres hace que el pueblo vuelva sus ojos nuevamente hacia la fe. Las nuevas dinastías serán shorfa, es decir, descendientes del Profeta.

Los Saadíes (1554-1659). Esta dinastía tiene su origen en la zona del Draa y llega al poder tras explotar el sentimiento religioso y nacionalista. Es una dinastía jerifiana y alcanza su máximo esplendor durante el reinado de Ahmed el-Mansur, también llamado Ahmed el Dorado a causa de sus inmensas riquezas acumuladas con la mejora del comercio con el África Negra y con Europa. Las tumbas saadíes en Marraquech son un recuerdo del arte refinado de este período.

Los Alauitas (desde 1659). La dinastía alauita tiene su origen en el Tafilalt, también en el Sur, siendo su fundador el jerife Mulay Alí Sherif. El momento culminante de la dinastía se alcanza durante el reinado de Mulay Ismail. A partir de ese momento, Marruecos entra en un período difícil que culmina con la intervención de los europeos y la época del protectorado franco-español entre 1926 y 1956. Con el sultán Muhammed V, Marruecos recupera su libertad y hoy, bajo la mano omnipresente de Hassan II, mira con optimismo hacia el futuro.

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