martes, 15 de septiembre de 2009

Piscina o espejismo

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Una cuadrada muralla de adobes se levanta en medio de la hammada ilimitada. Pequeños merlones en sus cuatro esquinas la asemejan a un viejo ksar pero, en uno de los laterales y después de una corta escalera, hay una puerta que nada tiene que ver con la fortaleza citada. En el lienzo que mira al Norte, en un letrero casi borrado, se puede leer: piscine. ¿Será verdad? Los niños saltan de alegría. La temperatura en la autocaravana roza los cincuenta grados, la temperatura exterior no tiene ningún significado porque, sombra no hay y la temperatura al sol no es medible.

Nos detenemos y, efectivamente, allí en medio del desierto, próxima a un mísero albergue, hay una pequeña alberca de fresca agua pardo-verdosa, agua a fin de cuentas, a la que se accede tras subir una corta escalera. La discusión sobre las condiciones sanitarias de tal agua aún continúan cuando los primeros bañistas, los niños, están ya nadando...
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Pensamos que en aquel chiringuito nos podríamos refugiar durante las horas de más calor y aprovechar para comer y beber algo, pero la dicha nunca es completa. Si nuestros frigoríficos, por ser de absorción, han dejado de enfriar en cuanto sobrepasamos los cuarenta grados, los de la pequeña venta no deben funcionar mejor porque el agua embotellada está cinco grados más caliente... que la de la piscina. Qué comer tampoco hay mucho pero, como contraste, el ventero toca estupendamente el laúd acompañado a los tebilat, ahora por su hijo, ahora por su hermano.
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Tumbados en unas alfombras escuchamos música y bebemos agua caliente en botellas de a litro y medio, agua que de inmediato eliminamos por todos los poros de nuestra piel. En esto estamos cuando una fuerte tormenta de arena se acerca por el Sur-Oeste. Cerramos puertas y ventanas mientras los músicos aumentan el ritmo de la melodía. El viento ulula en el exterior y se filtra por las rendijas llenándolo todo de arena. La humedad aumenta. ¿Cuanto durará ésto? Nos contestan que poco y aciertan porque cinco minutos después el viento ya está en calma.
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Salimos al exterior y comprobamos que la gran nube de arena y polvo está ya a unos quinientos metros de nosotros pero, por el otro lado, a similar distancia, se acerca otra nueva... Y así, entre tormenta y tormenta, esperando la calma definitiva que no llega, entre músicas, sudores y botellones de agua, nos dan las cinco de la tarde. No podemos esperar más... Merzuga nos espera.

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