martes, 27 de octubre de 2009

Marraquech III

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Temprano, cuando la vieja medina parece que aún no se ha despertado del todo, aprovechamos nosotros para hacer el recorrido exterior de las murallas. El sol mañanero hace todavía más dorado al ya de por sí amarillento barro de que están construidos estos grandes muros, a los que la ausencia de vida da un aspecto misterioso e intimidatorio. Las sucesivas puertas van taladrando la alargada pared, mientras por los caminos de acceso aparecen los primeros carros, tirados por burros, que cargados con alimentos se dirigen a los numerosos zocos de la ciudad. Bab el Khemis, Bab Kechich, Bab Debbarh... Estamos ante el barrio de los curtidores.

Si en Fez hay hasta cuatro comunidades de curtidores, aquí el número se reduce a dos. Una de ellas, la de los árabes, trabaja las pieles de camello y cordero; la otra, la de los bereberes, se centra en las pieles de vaca. Las pieles son sumergidas una y otra vez sobre apestosos líquidos por unos hombres que, semidesnudos, realizan un trabajo duro, sino inhumano. A los productos de curtiduría que llenan los fulones se les añaden a veces colorantes mientras que otras se curten las pieles tal cual, sin ese añadido, obteniendo pieles con sus colores naturales. Cuando toca color, los turistas están de enhorabuena, cuando no es así surge una pequeña decepción que se funde rápidamente con el olor fuerte, nauseabundo, que los practicantes de tan duro oficio parecen no notar.
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Después de Bab Debbarh, la puerta que conduce a las curtidurías, pasamos Bab Ahmar, por donde se entra a los inmensos jardines del Aguedal. Aquí, al Sur de la medina, se sitúan los principales palacios marracusíes: Dar el Beida, palacio real, palacio de Bahia y los restos del más grandioso de todos, el palacio de Ahmed el Mansur.

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