miércoles, 23 de septiembre de 2009

Una tarde en las gargantas del Todra

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A pesar de que la temperatura ambiente ha refrescado significativamente en comparación con la padecida en días anteriores, una vez aparcados los vehículos, todos corremos raudos a la pequeña terraza del hotel en busca de algo frío. La consiguiente desilusión nos deja un tanto perplejos, lo que no nos impide aprovechar, ya que estamos allí, para comer. La temperatura en el interior del restaurante no se diferencia mucho de las sufridas hasta hoy pero, eso sí, la comida es bastante mejor, y es que, si la ensalada es la misma de siempre, los tajines no tienen comparación.

Una vez comidos, antes de recorrer el gran cañón, aprovechamos para disfrutar de uno de los pocos grandes inventos de nuestro pueblo: la siesta. Luego, el recorrido por aquel impresionante tajo de unos veinte metros de ancho, más de trescientos de alto y otros trescientos de largo, nos permite observar a las familias marroquíes que disfrutan de un día de campo: unos aprovechan para lavar el coche, otros para lavarse los pies, los más pequeños intentan nadar en los pequeños charcos que forma el riachuelo, los mayores aprovechan para beber aquellas aguas que, dicen, son muy saludables y, por fin, hay quien imita nuestros gustos y opta por una reparadora siesta...

Es ésta una tarde de relax en un viaje agitado. Mientras paseamos pensamos en que hoy sí, hoy vamos a poder dormir y recuperar una parte de nuestras fuerzas perdidas...

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