sábado, 5 de septiembre de 2009

La ciudad santa de Xauen

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Desde lejos, la vista de Xauen, Chauen o Chefchauen no es muy distinta de la de cualquiera de esos pueblos de la ruta de los pueblos blancos andaluces. Su localización en una pronunciada ladera calcárea, con sus calles empinadas y estrechas, y sus casa blancas y azules, nos devuelven al otro lado del estrecho. Sin embargo, los cuadrados minaretes de las mezquitas nos hacen regresar a África.

Los siete vehículos, en caravana, rodeamos la ciudad y, entrando por su parte alta , nos dirigimos a un fonduk o caravanserai en cuyo patio central aparcamos.

Es mediodía. El sol cae verticalmente. El termómetro del interior de la autocaravana señala 42 grados... y subiendo. En la primera planta del fonduk existe un pequeño bar en donde pretendemos tomar algo frío mientras esperamos al guía. Tomamos algo pero, desde luego, no frío. Y luego, algunos de nosotros, ya bien acompañados, no vamos a comer. Los otros, los valencianos, optan por preparar una paella en el mismo patio del caravanserai, lo que, a posteriori, visto lo que comemos los demás, resulta ser una buena decisión.

La visita de la ciudad es cansada, con subidas, bajadas y más subidas, aunque sobre las empinadas y estrechas calles cae una sombra que se agradece. Las casa son blancas en su parte alta mientras que, en su parte baja, están pintadas de un azul impecable. Los niños, que juegan despreocupados, se esconden rápido en cuanto detectan nuestra presencia. Las mujeres, siempre con su cara tapada como correesponde a un lugar santo como Xauen, se apartan, tímidas, de nuestro camino, mientras que los jóvenes, vestidos a la europea, curiosean y comentan entre ellos sobre nuestra presencia. Ahmed, el guía, un hombre de edad, flaco, bajito, con pequeños ojos azules, saltones y voz de flauta, con amplia y blanca chilaba, sigue incansable su peregrinar por aquellas cuestas terribles mientras que en nsotros va aumentando el cansancio y cundiendo el desánimo.

La llegada a la plaza de Uta el-Hamman marca el esperado final del recorrido. Aquí, bajo la agradable sombra de árboles centenarios o bajo los soportales en que, hasta 1937, se subastaba a los muchachos homosexuales, es posible sentarse y aspirar el aire perfumado de la sierra, perfume que, a veces, se confunde con el de una pipa de quif consumida lentamente en un café cercano.

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Bajo las tejas redondas y rojizas , Xauen da mil vueltas al sol. Las manchas claras de sus muros blancos y azules, siempre recién pintados, emprenden con él una partida de escondite que dura la jornada; de finas rejillas un secreto tragaluz, recorta allí encantadoras sombras y frescos pasadizos bajo bóvedas, que resuenan con el chorro de las aguas, cantan las alabanzas de Sidi Alí ben Rashid, fundador de la ciudad.


F. Garrigues, Marruecos

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