lunes, 28 de septiembre de 2009

La ruta de las kasbah: Uarzazat

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Nada más alcanzar las primeras casas de la ciudad, en las proximidades del aeropuerto, nos detenemos. Es mediodía y, bajo el enorme calor de Agosto, debemos decidir qué hacer con la comida. Dado que no hay una coincidencia significativa de criterios, optamos por la opción individual fijando la hora de reencuentro para las cuatro de la tarde, en este mismo lugar.

Los más rápidos se apresuran a entrar en una pequeña tienda con la intención de comprar pan y agua, fresca si es posible. Al rato salen con cara sorprendida:

- ¿Qué pasa? - preguntamos.

- No sé. El tendero, que está completamente inmóvil, que no hace ni caso. Ni te mira...

Entramos a curiosear. Allí sigue, como en éxtasis, firme, aunque con la cabeza respetuosamente inclinada hacia adelante... Creo que podríamos robarle la tienda sin que por ello abandonara su meditación... y, sin embargo, vivo sí que está. Ya desesperamos de poder comprar nuestro pan, cuando, de pronto, la mente se nos ilumina. "Vamos que es la hora del ángelus...", dice alguien. Un rato más y el buen hombre, y mejor musulmán, cumplida la obligación de la çalat, no tiene inconveniente en vendernos pan y agua, aunque, por supuesto, no fría. Un poco avergonzados por nuestro comportamiento, nos vamos hacia la autocaravana dispuestos a comer.

A menos de cien metros de donde nos encontramos aparcados está el gran suk... y hoy es día de mercado. Bajo un sol abrasador recorremos aquellos puestos variopintos de frutas, verduras, telas confeccionadas o no, menaje para el hogar, frutos secos, montañas de especias de mil colores, cestería, cerámica, plásticos, aperos de labranza, sal, azúcar, pasteles...
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Los paisanos y vendedores se confunden, mientras que las mujeres, con sus manos pintadas de henna y sus caras tapadas, ponen la nota exótica en medio de las lonetas de los toldos. Las moscas y avispas lo invaden todo, aunque manifiestan sus preferencias por frutas y pasteles, y los niños, como todos los niños del mundo, protestan y lloran porque sus madres se niegan a comprarles el juguete que les gusta, tal vez un pequeño carretillo de plástico amarillo. Hacemos las fotos de rigor, compramos unas uvas y, bañados en sudor, buscamos algún sitio más fresco, si es que existe...

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