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Son las nueve de la mañana (hora marroquí, hora solar) cuando abandonamos Marraquech con dirección Este, para recorrer parte de la cara Norte del Atlas. Pasados unos pocos kilómetros, nos detenemos en una estación de servicio para completar el aprovisionamiento, llenar los tanques de combustible y revisar las presiones de los neumáticos. Luego, por la carretera de Beni Mellal, buena pero con mucho tráfico, llegamos hasta Tamelelt-el-Kdima donde la abandonamos para tomar la que ha de llevarnos hacia Demnate, en pleno Atlas.
Las mujeres de esta ciudad son muy bellas y muy blancas. Y, siempre que pueden, conceden sus favores a los extranjeros, sin que luego se sepa nada de ello...
León el Africano
Imi N'Ifri: Más allá de Demnate, la carretera se va convirtiendo en una estrecha pista de montaña que serpentea hacia los últimos duares del Atlas. Seguimos esta pista durante unos seis kilómetros hasta que aparcamos en la explanada que antecede a un pequeño e intranscendente restaurante. Al su lado, el impetuoso torrente Mahser cruza la carretera bajo un gran puente natural, que él mismo horadó en la roca caliza, y sobre el que hemos aparcado nuestro vehículo.

El retorno, por el empinado sendero que sube hasta el puente, nos hace sudar lo indecible, pero nuestro camino ha de continuar por estas carreteras llenas de niños, como todas las marroquíes, hasta el siguiente destino.
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