jueves, 1 de octubre de 2009

Visita guiada por la vieja medina de Marraquech

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La vieja medina, un lugar de otro mundo. Entre olores de azafrán, de comino, de pimienta negra, de gengibre, de verbena, de clavo, de flores de naranjo que arrebatan el olfato. Aquí se amontonan sacos de almendras, cacahuetes, garbanzos..., cestos de dátiles, toneladas de aceitunas. En las estanterías de los boticarios se desbordan los tarros de alheña, de gazul, los frascos de extractos de rosas, de jazmín, de menta, de khol, los trozos de ámbar, de almizcle...

Oficina de Turismo Marroquí, Marraquech.
 
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Después de las dificultades que tuvimos esta mañana para recorrer, por nuestra cuenta, la medina, decidimos buscarnos un guía para esta tarde. Hay miles porque, en Marruecos, todo el mundo es un guía potencial. Lo difícil es concertar el precio: "la voluntad, lo que quieran darme" dicen. Sea, pues, pero dejamos claro que nada de llevarnos a tiendas... concertadas.

Comenzamos nuestro recorrido por el Suk Smarine, calle estrecha y animada, como todas, para entrar luego en ese laberinto de callejas, más parecido a un hormiguero que a una ciudad, en el cual perdemos completamente el sentido de la orientación. Pasamos fuentes, y qubbas, y plazuelas, y zocos... y llegamos a la madrasa Ben Yussef en cuya puerta hay una inscripción en azulejos que dice:

He sido edificada para las ciencias y la oración por el príncipe de los creyentes, el jerife Abdallah, el más glorioso de los califas.
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Nos gusta mucho esta grandiosa universidad coránica. Dicen que es una de las mayores y más bellas de Marruecos, y debe ser verdad. Su decoración, elegante y recargada, de influencia claramente andalusí, mezcla el estuco con la madera y el mármol con los zel-lig, formando un conjunto único. En el patio está la fuente para las abluciones, hecha en mármol blanco, y, a su alrededor, las galerías con las celdas de los estudiantes más afortunados. El resto de las ciento treinta habitaciones estudiantiles dan a patios menores, cuando no a meros pasillos, disfrutando de una iluminación mucho más escasa. Sin embargo, la abundancia de decoración es similar y las numerosas tallas, en madera de cedro, mantienen una calidad indudable.

En las estrechas calles de la medina hace tiempo que la sombra lo ha inundado todo. Es el momento de llegar a un acuerdo con nuestro guía aficionado y, taxi de por medio, acercarnos a visitar alguno de los conocidos jardines de esta capital del Sur. Debería ser fácil llegar a un acuerdo cuando el pacto ha sido "la voluntad" pero, ni mucho menos. ¡Menudo chou montamos! Nuestra voluntad resulta ser de unos veinticinco dirhams, pero... el buen hombre comienza a gesticular, a hacer grandes aspavientos como dando a entender que está ante uno de los mayores abusos que nunca los tiempos han presenciado. Nosotros nos miramos intentando ver algún gesto en las caras ajenas que sirva para saber qué hacer... Y el moro se niega a coger tan ridícula cantidad de dinero. "¿Le damos cuarenta?, yo creo que ya está bien..., por un par de horas..." Le ofrecimos los cuarenta, pero tampoco queda satisfecho. La situación es de cierto bochorno... "Dile que, o cuarenta o nada..." Y el cara, por si acaso, toma el dinero en su mano, pero luego sigue quejándose...
 
Amigos míos, si venís a Marruecos, nunca pactéis con alguien la voluntad, porque, con veinte dirhams aquel hombre hubiera quedado encantado al principio del recorrido, pero luego, dignidad al margen, sabe que un poco de teatro ablanda los corazones inseguros de cualquier turista y...

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