martes, 29 de septiembre de 2009

El Tizi N'Tichka

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De pronto, la pronunciada barrera caliza queda a nuestros pies y la vista puede extenderse casi hasta el infinito. Situados a 2260 metros de altitud, entre el jbel Bu Uriul y el jbel Tistuit, a nuestra espalda dejamos la amplia cuenca de Uarzazat, con el Sarho y el Sahara aun más allá, delante, Marraquech y la cuenca del Tensift hacia donde nos dirigimos y en donde se asienta el Marruecos más desarrollado.

Aquí arriba, refrescados por un viento que no es tan violento como las guías quieren pintárnoslo, somos asaltados por los vendedores de minerales y artesanía. Sus tiendas se agrupan rodeando una pequeña explanada que nos sirve de aparcamiento. Agatas y ónices, piritas, esteatitas y yesos fibrosos, azuritas y malaquitas, baritinas y todo tipo de minerales nos son ofrecidos al asalto. Cientos de trilobites y ortoceras rodean inmensos anmonites (por supuesto, falsos) que copan los pequeños escaparates. Es difícil huir porque los vendedores no tienen inconveniente en abandonar el protegido espacio de su tienda y seguirte hasta el fin del mundo, si fuera necesario, llámese éste bar, coche o urinario. Quinientos, trescientos, cien... la eterna historia del regateo. Y nunca des un billete grande esperando vuelta porque, en vez de dirhams, te devolverán cualquier otra cosa, ya sea fósil, mineral o espécimen vario encontrado entre sus cachivaches. Si no tienes dinero, tampoco estás a salvo ya que intentarán quedarse con tu reloj, tu camisa o, incluso, con tus zapatos. No, no es posible contemplar tranquilamente ni la belleza sobrecogedora que nos rodea, ni los pastos que dan nombre al puerto (por otra parte, escasos y resecos, en esta época del año). Optamos, pues, por emprender el descenso por la cara Norte del gigante.

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Cuento bereber:

Había un hombre que era ladrón y vivía de lo que robaba. Pero un día le dijeron:

- Ten cuidado. El nuevo caid es un hombre honesto e intransigente al que no le gusta ser cómplice de prácticas condenables.

Así que el ladrón quedó preocupado. Pero deseando disipar sus dudas decidió comprobarlo. Robó pues un cordero y lo asó, y luego, cortando la pierna que tenía mejor aspecto y escondiéndola bajo su ropa, se fue a ver al caid y le dijo:

- Mi señor, Alá ha querido que robara un cordero y que me lo comiera. Quisiera saber si eso es pecado o no.

- ¡Qué Alá sea siempre alabado! ¡Un pecado gravísimo, esa carne es impura! -contestó el caid.

- ¡Oh, qué el Clemente se apiade de su siervo...! De todos modos, os he traído vuestra parte.

Y le entregó al caid la pierna de cordero que traía escondida. Éste la cogió y dijo:

- ¡Ah, bueno, está asada! Luego el fuego ya la ha purificado...
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(Cuento recopilado por Alphonse Leguil)

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