domingo, 6 de septiembre de 2009

Fez, la capital idrisí

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Muy temprano todavía, cogemos nuestra autocaravana y nos dirigimos a Fez el Jdid. Aparcamos cerca de la plaza de Dar Batha y, dado que estamos al lado de la medina, aprovechamos para visitar con más detenimiento alguno de los monumentos que ayer habíamos visto muy de prisa. Susi Abdelatif, un bereber que, como su nombre indica, proviene de las orillas del Sus, nos sirve de guía a cambio de solo veinte dirhams. ¡Qué distinto es todo a estas horas de la mañana! Las estrechas callejuelas y derbs están casi vacíos y los zocos, con sus tiendas cerradas, parecen un lugar abandonado. Hasta las curtidurías, éstas más pequeñas que las visitadas ayer, parecen más humanas.

Y, mientras caminamos, Susi nos va contando como por la noche se cierran las puertas de los distintos barrios que quedan así aislados en trescientas cuarenta zonas distintas de las que no se podía salir ni entrar sin avisar al guardián. Nos informa de las dotaciones de que dispone cada barrio que, como mínimo, consisten en una fuente, una mezquita y un horno de pan. Conocemos su opinión negativa sobre esas chicas jóvenes que salen de su casa en chilaba para luego, cuando se han alejado de la zona donde viven, guardársela en el bolso y quedarse en pantalones vaqueros (si eres musulmán, compórtate como un musulmán -nos dice- y el puesto de la mujer está en su casa, sirviendo a su marido y a sus hijos, como bien ha dicho el Profeta). Nos enteramos de que muy pocas viviendas tienen agua corriente y de que, según él, el gobierno ayuda aceptablemente a mantener las casas de esta notable medina. Un libro abierto este Susi.

Habíamos pactado con nuestro, ya amigo, Susi Abdelatif que no entraríamos en ninguna tienda, y él respetó bastante bien el trato. Sólo al final, y ya con nuestro beneplácito, nos conduce a un bello restaurante con dos patios llenos de azulejos y grandes bandejas de bronce haciendo de mesas, todo al más puro estilo marroquí. Nos gusta el ambiente así que, pedimos la carta para orientarnos sobre el menú, y luego, ya en la calle, decidimos que no es mal sitio para comer, pero aún es algo temprano.

Regresamos, pues, al vehículo y gratificamos la inestimable ayuda de nuestro guía aficionado con una bolsa de ropa usada, bolsa que acoge con grandes muestras de alegría y agradecimiento. Descansamos un rato y regresamos al restaurante donde nos tomamos la típica ensalada marroquí seguida de un suculento cuscús.

Y nuevamente a la autocaravana para seguir nuestras visitas, para dirigirnos, ahora, al palacio real. Cuando el rey está en Fez no es posible acercarse al recinto del palacio, pero cuando, como hoy, está en alguna de sus otras muchas residencias, es posible acercarse hasta las puertas y fotografiarlas (éstas son las únicas fotos de los palacios reales que aparecen en las guías sobre Marruecos). No tardamos, por tanto, en reemprender el viaje que ahora consistirá en el recorrido de las murallas.

Desde el interior de la medina es imposible tener una mínima idea de cómo está distribuida esta ciudad, de su estructura. Sólo desde los dos montículos que la circundan, uno al Sur, al Norte el otro, se tiene esa perspectiva imprescindible para poder guardar en la memoria. Desde el Norte, situados al lado de lo que parece fueron unas tumbas meriníes, hoy totalmente en ruinas, se tiene una magnífica perspectiva de Fez el Bali.

A nuestra derecha tenemos la ciudad moderna, desde la que se desciende hacia la izquierda por unas calles que, desde aquí, no son perceptibles. En la parte central de la medina, dominándola completamente, se distingue un inmenso espacio cubierto de tejas verdes, con un alto alminar, que no es otra cosa que la impresionante mezquita Karauiyn. A su lado, todo lo demás es una sucesión de tejados sin discontinuidad alguna. Un poco más al fondo y hacia la izquierda se adivina, más que ver, el río Fez, tras el cual está el barrio de los andalusíes. Ocho mil familias, expulsadas de España en el siglo octavo por el emir cordobés Al Hakan I, trajeron aquí su cultura y su saber y nunca se integraron del todo con los de la otra parte del río. Más allá del barrio de los andalusíes, se divisa un cementerio del que ya no se alcanza a ver las tumbas.

Seguimos luego nuestro recorrido pasando por delante de los altos muros ocres de la alcazaba de los Cherarda, hoy recinto universitario, y completamos nuestro viaje retornando al Sur, al camping, en las cercanías de la carretera que, mañana, ha de llevarnos hacia el Atlas. Un refrescante baño en su piscina nos relaja y nos prepara para nuevos andares.

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