sábado, 5 de septiembre de 2009

El gran sultán Mulay Ismail

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Los descendientes del Profeta llevan el nombre de shorfa, en singular sherif o jerife. Una comunidad shorfa (descendientes de Mahoma) se instaló en el Tefilalt en el siglo XIII. Aunque esta comunidad no era, en principio, muy poderosa, los filali (habitantes del Tefilalt) siempre le tuvieron la consideración debida a los descendientes del Profeta, por lo que éstos llegaron a desempeñar un papel importante en la historia de Marruecos. Así, Mulay Alí Sherif, un jerife de la zona de Rissani, en donde se conserva su tumba, se hizo proclamar jefe local, llegando su hijo Mulay Rashid, después de vencer a los Saadíes, a ser dueño de todo Marruecos. En 1672, muere Mulay Raschid sucediéndole como sultán su hermano Mulay Ismail, de veinticinco años, quien fija su residencia en Meknés.

Las cualidades del gran Sultán van desde sus innegables habilidades guerreras, su fortaleza física, su habilidad política o su destreza montando a caballo, hasta su inusitada crueldad, que le lleva a ejecutar por sus propias manos a más de 36.000 personas (Se necesita cortar una cabeza por hora, a jornada normal durante veinte años) o a su odio hacia todo lo grande que le precedió, lo que le impulsa a destruir u ocultar gran parte de las obras anteriores a él. Algunos datos relativos a él son impresionantes: en sus cárceles había más de 25.000 cristianos y más de 30.000 delincuentes. En sus cuadras, unos 30.000 esclavos cuidaban de sus 12.000 caballos y sus 500 mujeres le dieron una enorme cantidad de hijos. Las riquezas de sus palacios eran tantas que podían rivalizar con los de su contemporáneo Luís XIV de Francia.

La seguridad personal del monarca estaba garantizada gracias a 16.000 esclavos negros traídos de una expedición al Sudán. A estos guardianes les facilitaba todas las mujeres que podía conseguir con el objeto de montar un sistema de producción que él mismo supervisaba con lo que, al final de su reinado, llegó a alcanzar unos 150.000 hombres. Todo lo anterior le permitió el disponer de una extraordinaria fuerza militar capaz de aplastar a sus enemigos, frenando a los turcos dueños de Argelia y Túnez y expulsando a los europeos de sus costas (con las excepciones de Ceuta y Melilla).

La gran pasión de Mulay Ismail eran las construcciones megalómanas. Durante todo su reinado se dedicó a construir, destruir y volver a construir. En sus grandes obras llegó a emplear a unos 30.000 esclavos y a más de 3.000 prisioneros cristianos que le levantaban cuadras, palacios, mezquitas... y kilómetros de murallas. Las obras eran supervisadas personalmente por el sultán quien no dudaba en utilizar su propia espada contra aquellos que mostraran la menor negligencia o indolencia en el trabajo, o en arrasar Volubilis o el gran palacio de el-Badia en Marraquech para obtener materiales nobles con que continuar sus construcciones.

Con Mulay Ismail, la dinastía nacida en el Tafilalt alcanzó el cénit de su gloria y poderío. Hoy, aunque lejos ya de ese cénit, el reino alauita sigue conducido con mano firme por uno de sus descendientes, Mohamed VI, hijo del hábil jerife Hassan II.

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