lunes, 14 de septiembre de 2009

Rissani


Son las doce de la mañana cuando alcanzamos Rissani y nos detenemos en la amplia plaza situada frente a la puerta de entrada a la medina. Pepe, el guía, sale del Mitsubishi y se acerca con su termómetro en la mano. Me lo enseña: ¡58 grados! No me asusto, pues sé que esa no es la temperatura ambiente sino la del interior del coche, así que, cojo el termómetro en la mano y me dedico a airearlo, manteniéndolo en la sombra. Menos mal, diez minutos después ya había bajado a 45...
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Mientras, achicharrados, intentamos tomar una decisión en la propia acera, un hombre azul se acerca y se compromete a enseñarnos la medina, gratis, por supuesto. Se lo he escuchado muchas veces a mi amigo Antonio: nunca aceptes nada gratis porque es caro..., dice, pero éste no es momento de pensar, así que seguimos al buen hombre. Cruzamos la imponente muralla, andamos diez metros, doblamos una esquina y, cinco minutos más tarde, estamos todos sentados tomando té con menta en una tienda de alfombras. Total, sesenta mil pesetas que me costó el té... con alcatifa.
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La vieja medina, mandada construir por el cruel sultán alauita Mulay Ismail, fue en tiempos capital del Tafilalt, lo que significaba el control de un importante tráfico caravanero. Hoy la medina ha perdido importancia frente al gran suq en el que todos los martes, jueves y domingos (y hoy es domingo) se desarrolla un animado mercado.
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El suq (zoco) está rodeado de altas arcadas laterales bajo cuya sombra se colocan los carniceros y algunos fruteros y verduleros. El resto de los puestos como alfareros, quincalleros, vendedores de ropa, de especias, de frutos secos, etc. son menos afortunados y sólo disponen de un pequeño toldo con que protegerse del sol. Vendedores y compradores forman un conjunto variopinto y lleno de color que hace las delicias de los aficionados a la fotografía, cuyo reto es pasar desapercibidos entre la gente para que los paisanos, opuestos a ser fotografiados, no den al traste con la foto ocultándose o negándose abiertamente a ser fotografiados.
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La belleza y encanto del suq quedan un tanto mermados a causa de las muy altas temperaturas que hay que soportar a estas horas del día, lo que nos hace acortar bastante la visita. Regresamos, pues, a las autocaravanas, bajo un sol ardiente, preludio de las auténticas saunas que son los interiores de los vehículos.

A la salida de la ciudad, dejamos a nuestra izquierda el valle del Ziz y nos incorporamos a una pista polvorienta que debe llevarnos, más allá de la hammada, hasta el gran erg de arena... pero, transcurridos unos kilómetros nos detenemos en lo que podríamos llamar chiringuito del desierto.

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